Bajo la luz de la luna la multitud continúa moviéndose con su rutinario ritmo, incapaz de notar la silenciosa presencia de un inusitado espectador. Él lo prefiere así, ser invisible a la inquieta mirada de la masa, mantenerse ajeno a las emociones que someten al grupo que se alza frente a sus ojos a una vida sin sentido. Sin importar lo que ocurra se mantiene tranquilo, evitando que su respirar se sume a la agitación que provocan sus deseos.
Su corazón se acelera. Cautivado por la delicada figura femenina que causó su repentino sobresalto, su mirada es atraída hacia el centro de la imperturbable multitud. Decide acercarse, moviéndose pausadamente para no llamar la atención de los que la rodean. No quiere ser visto, no debe ser visto.
La luna se refleja en sus ojos ansiosos. Puede sentir la adrenalina recorriendo su cuerpo con cada paso que lo acerca a ella. Debe tenerla, necesita disfrutar del roce de su piel mientras la somete a la fuerza de sus instintos. Ella es joven, tentadora, sus ojos tímidos lo llaman a poseerla.
Atrapado en el embrujo de su esbelto cuerpo se descuida por un instante. El silencio se ha roto, la multitud se ve sorprendida por el extraño que la invade. Ella se mantiene erguida, paralizada ante la poderosa mirada que se acerca cada vez más, invadida por cientos de emociones que no puede controlar. Él está a punto de alcanzarla.
Ante sus ojos sólo queda ella, incapaz de moverse y huir con los demás. Un movimiento fugaz y todo se termina. Entre sus colmillos aprisiona el cuello de su víctima, sintiendo los gemidos lastimeros de una vida que acaba. El sabor de la sangre se cuela por su garganta mientras ella ve la vida escaparse en un estertor.
Un aullido rompe el silencio de la noche. La manada ha llegado.
Él ha demostrado una vez más su valía, le ha probado a todos que es el lobo alfa.
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