Invisibles a los ojos de todos se retiran en silencio, separados por unos instantes para no levantar sospechas, el cansancio como perfecta excusa para dirigirse en lasciva complicidad hacia una de las habitaciones de la casa. Tras ellos la fiesta continúa, pero para ambos ya ha sido bastante de alcohol y jarana, de miradas ansiosas en presencia de los distraídos comensales, de sensuales roces en los oscuros rincones de la casa.
Con absoluto disimulo -en caso de haber sido seguidos por algún curioso- se disponen a asumir el exagerado rol de amigos que sólo buscan un lugar donde dormir. Han participado de este juego por el tiempo suficiente como para dejar detalles al azar, en especial en una ocasión como aquella en la que una docena de personas repletan el lugar.
Como ya era costumbre, ella es la primera en desvestirse y buscar abrigo entre las sábanas (desconocidas y aún frías) mientras él mantiene los ojos fijos en la puerta para no observala. Con tono despreocupado la joven le hace saber a su acompañante -compañero, amante- que es su turno de comenzar el parsimonioso ritual de desnudarse, cerrar bien la puerta de la habitación y apagar las luces para finalmente tomar su lugar en un costado de la cama.
Ambos tiemblan al sentir el contacto involuntario de sus cuerpos desnudos, pero por más que la lujuria los invada saben que aún deben esperar unos minutos hasta asegurarse que no serán sorprendidos por la entrada intempestiva de alguno de sus amigos. Cuando consideran que nada pasará voltean para encontrar sus miradas llenas de deseo, fundiéndose luego en un beso sutil, casi inocente, acompañado de suaves caricias trazadas en sus cuellos y sus espaldas.
Pasos en la escalera, risas en el pasillo, la puerta se abre. Los cuerpos bajo las sábanas se dan la espalda, ambos ocupantes parecen dormir profundamente, pero sólo esperan que quienes están en la puerta se retiren. No necesitan abrir los ojos para reconocerlos, sus voces pronto irrumpen en la silenciosa habitación.
'Está ocupada,' dice Antonia con picardía. 'Vamos a la pieza grande.'
'Estos pasteles están durmiendo, ¿cómo tan fomes?' repone Bastián.
La puerta se cierra, las risas se alejan hasta convertirse nuevamente en silencio, una silueta se desliza por la habitación. Al abrir los ojos él descubre la desnudez de la figura concupiscente, generosa, exuberante de su compañera aproximándose sensualmente. Con la luna como único testigo se entregan a su secreta pasión, a la lasciva necesidad de recorrer sus cuerpos como si no los conociesen, como si fuese la primera vez que se entregan al juego de sus instintos. Aquél parecía ser el misterioso ingrediente que prolongaba su "relación".
La mañana los sorprende abrazados. Se apresuran para no ser atrapados en su desnudez por el sol y bajan la escalera en busca de quien les abra la puerta, cosa de retirarse evitando cualquier tipo de cuestionamientos sobre lo ocurrido durante su desaparición. Antonia y Bastián coquetean en la cocina mientras preparaan el desayuno, riendo con los ronquidos provenientes del comedor. La chica tarda unos minutos en despegarse de Bastián, tras lo que se dirige a la puerta de calle y despide a sus amigos.
'Gracias por todo, Antonia.'
'Cuídate... y despídenos de los dormilones.'
'Chao, niños,' responde Antonia.
Caminan en silencio, suben al microbus en silencio, durante el viaje mantienen su silencio. Sólo cuando él se apresta a bajar es que vuelven a mirarse, deseándose buena suerte en la dura semana que se aproxima. Por un instante toman sus manos, se miran fijamente a los ojos y sus rostros se acercan en busca de un beso; sin embargo, no tardan en volver a la realidad y descubrir que no es la luna que los ilumina, que no están solos, que no corren el riesgo de ser sorprendidos y cuestionados.
'Nos vemos, Muñoz,' dice ella.
'Que llegues bien, Bravo,' responde él sonriendo.
Él baja del microbus, ella continúa su viaje.
'Hasta la próxima vez,' susurraron ambos. 'Adiós, amor.'
Con absoluto disimulo -en caso de haber sido seguidos por algún curioso- se disponen a asumir el exagerado rol de amigos que sólo buscan un lugar donde dormir. Han participado de este juego por el tiempo suficiente como para dejar detalles al azar, en especial en una ocasión como aquella en la que una docena de personas repletan el lugar.
Como ya era costumbre, ella es la primera en desvestirse y buscar abrigo entre las sábanas (desconocidas y aún frías) mientras él mantiene los ojos fijos en la puerta para no observala. Con tono despreocupado la joven le hace saber a su acompañante -compañero, amante- que es su turno de comenzar el parsimonioso ritual de desnudarse, cerrar bien la puerta de la habitación y apagar las luces para finalmente tomar su lugar en un costado de la cama.
Ambos tiemblan al sentir el contacto involuntario de sus cuerpos desnudos, pero por más que la lujuria los invada saben que aún deben esperar unos minutos hasta asegurarse que no serán sorprendidos por la entrada intempestiva de alguno de sus amigos. Cuando consideran que nada pasará voltean para encontrar sus miradas llenas de deseo, fundiéndose luego en un beso sutil, casi inocente, acompañado de suaves caricias trazadas en sus cuellos y sus espaldas.
Pasos en la escalera, risas en el pasillo, la puerta se abre. Los cuerpos bajo las sábanas se dan la espalda, ambos ocupantes parecen dormir profundamente, pero sólo esperan que quienes están en la puerta se retiren. No necesitan abrir los ojos para reconocerlos, sus voces pronto irrumpen en la silenciosa habitación.
'Está ocupada,' dice Antonia con picardía. 'Vamos a la pieza grande.'
'Estos pasteles están durmiendo, ¿cómo tan fomes?' repone Bastián.
La puerta se cierra, las risas se alejan hasta convertirse nuevamente en silencio, una silueta se desliza por la habitación. Al abrir los ojos él descubre la desnudez de la figura concupiscente, generosa, exuberante de su compañera aproximándose sensualmente. Con la luna como único testigo se entregan a su secreta pasión, a la lasciva necesidad de recorrer sus cuerpos como si no los conociesen, como si fuese la primera vez que se entregan al juego de sus instintos. Aquél parecía ser el misterioso ingrediente que prolongaba su "relación".
La mañana los sorprende abrazados. Se apresuran para no ser atrapados en su desnudez por el sol y bajan la escalera en busca de quien les abra la puerta, cosa de retirarse evitando cualquier tipo de cuestionamientos sobre lo ocurrido durante su desaparición. Antonia y Bastián coquetean en la cocina mientras preparaan el desayuno, riendo con los ronquidos provenientes del comedor. La chica tarda unos minutos en despegarse de Bastián, tras lo que se dirige a la puerta de calle y despide a sus amigos.
'Gracias por todo, Antonia.'
'Cuídate... y despídenos de los dormilones.'
'Chao, niños,' responde Antonia.
Caminan en silencio, suben al microbus en silencio, durante el viaje mantienen su silencio. Sólo cuando él se apresta a bajar es que vuelven a mirarse, deseándose buena suerte en la dura semana que se aproxima. Por un instante toman sus manos, se miran fijamente a los ojos y sus rostros se acercan en busca de un beso; sin embargo, no tardan en volver a la realidad y descubrir que no es la luna que los ilumina, que no están solos, que no corren el riesgo de ser sorprendidos y cuestionados.
'Nos vemos, Muñoz,' dice ella.
'Que llegues bien, Bravo,' responde él sonriendo.
Él baja del microbus, ella continúa su viaje.
'Hasta la próxima vez,' susurraron ambos. 'Adiós, amor.'
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