El teléfono suena nuevamente. He perdido ya la cuenta de cuantas veces lo he oído durante la tarde, cuantas veces lo he contestado sólo por cortesía. 'Feliz cumpleaños,' grita alegremente la voz del otro lado de la línea, pero sin importar la fuerza con la que lo diga no es la persona a quien espero escuchar.
La tarde se va consumiendo entre cigarrillos y esperanzas, en el angustiante deseo de volver a escuchar aquella voz que me hace temblar, que me lleva a momentos pasados en que todo parecía más simple y nada importaba más que estar juntos, mirando el cielo por horas para regalarnos las mismas estrellas de siempre (Aldebarán siempre brilló con más fuerza a tu lado).
Necesito ser oído, pero nadie parece interesado en saber que a pesar de las visitas, las llamadas, los correos no puedo sentir alegría alguna mientras no sepa de ti. Por un momento me siento egoísta por mostrarme despreocupado ante la infinidad de frases clichés -'que sean muchos más', 'te estás poniendo más viejo', 'espero que madurez un poquito'-, aunque este e mi día y no tengo necesidad de interesarme en algo más que nuestros recuerdos juntos.
El teléfono vuelve a sonar y esta vez me niego a responder. Ya no quiero oír más saludos, no quiero saber que no eres tú. Dejo la habitación mientras se oye un nuevo llamado y camino hacia el balcón deseando que la fresca brisa de la tarde aleje esta angustia que ha venido a invadirme, que en la infinitud del horizonte pueda olvidar que mañana el sol golpeará sin compasión sobre las arenas de la soledad.
Al oír el timbre pienso dos veces antes de caminar hacia la puerta, sin pensar siquiera en el visitante inesperado que espera tras ella trayendo más palabras que resultan vacías en este momento. Sobre la mesa reposa una botella de vino que alguien dejó como regalo tras robarme un abrazo inerte. No puedo recordar las manos que la trajeron, pero de seguro abandonaron el lugar sin notar mi tristeza.
'Feliz cumpleaños,' pronuncía la dulce voz desde el umbral.
Mis ojos se nublan mientras te acercas y no puedo (ni quiero) evitar ser atrapado entre tus brazos, aquellos que han sabido acogerme con pasión en buenos y malos momentos. Una lágrima se escapa reflejando el tono crisol del atardecer y ante mí tengo a la única persona que es capaz de verla, de sentirla deslizarse por mi mejilla sin necesidad de abrir sus ojos.
'¿Estás bien, negrito?' preguntas preocupada.
'Pensé que no vendrías...'
La tristeza se ha desvanecido. Ahora me preparo a ver las estrellas junto a ti...
(Dedicado a una persona que me ha aguantado demasiados años. Te quiero un montón).
La tarde se va consumiendo entre cigarrillos y esperanzas, en el angustiante deseo de volver a escuchar aquella voz que me hace temblar, que me lleva a momentos pasados en que todo parecía más simple y nada importaba más que estar juntos, mirando el cielo por horas para regalarnos las mismas estrellas de siempre (Aldebarán siempre brilló con más fuerza a tu lado).
Necesito ser oído, pero nadie parece interesado en saber que a pesar de las visitas, las llamadas, los correos no puedo sentir alegría alguna mientras no sepa de ti. Por un momento me siento egoísta por mostrarme despreocupado ante la infinidad de frases clichés -'que sean muchos más', 'te estás poniendo más viejo', 'espero que madurez un poquito'-, aunque este e mi día y no tengo necesidad de interesarme en algo más que nuestros recuerdos juntos.
El teléfono vuelve a sonar y esta vez me niego a responder. Ya no quiero oír más saludos, no quiero saber que no eres tú. Dejo la habitación mientras se oye un nuevo llamado y camino hacia el balcón deseando que la fresca brisa de la tarde aleje esta angustia que ha venido a invadirme, que en la infinitud del horizonte pueda olvidar que mañana el sol golpeará sin compasión sobre las arenas de la soledad.
Al oír el timbre pienso dos veces antes de caminar hacia la puerta, sin pensar siquiera en el visitante inesperado que espera tras ella trayendo más palabras que resultan vacías en este momento. Sobre la mesa reposa una botella de vino que alguien dejó como regalo tras robarme un abrazo inerte. No puedo recordar las manos que la trajeron, pero de seguro abandonaron el lugar sin notar mi tristeza.
'Feliz cumpleaños,' pronuncía la dulce voz desde el umbral.
Mis ojos se nublan mientras te acercas y no puedo (ni quiero) evitar ser atrapado entre tus brazos, aquellos que han sabido acogerme con pasión en buenos y malos momentos. Una lágrima se escapa reflejando el tono crisol del atardecer y ante mí tengo a la única persona que es capaz de verla, de sentirla deslizarse por mi mejilla sin necesidad de abrir sus ojos.
'¿Estás bien, negrito?' preguntas preocupada.
'Pensé que no vendrías...'
La tristeza se ha desvanecido. Ahora me preparo a ver las estrellas junto a ti...
(Dedicado a una persona que me ha aguantado demasiados años. Te quiero un montón).
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