‘Hace años que no veía la plaza tan vacía,’ murmuró con curiosidad un anciano. ‘¿Dónde están los niños?’
La respuesta estaba apenas a unas cuadras de distancia. Niños y niñas se habían reunido a ambos lados de la calle Matta, poco transitada aquel domingo, mientras que en medio de ésta aguardaban los que parecían mayores de ambos grupos. Los dos niños estaban montados en bicicletas, mirándose con rabia y con sus cuerpos enfrentando la ruta que llevaba cerro abajo.
‘El que llegue primero a Placeres gana,’ dijo el niño con voz altanera.
‘Lo que tú digas,’ repuso ella. ‘Te voy a demostrar que nosotras somos mejores.’
Tras esto los pequeños concentraron sus miradas en el camino, siendo alentados por los vítores de sus amigos. Una de las niñas se paró entre ambos sujetando sus bicicletas, esperó que ambos se prepararan –ella se amarró el pelo y se ajustó el casco, él revisó sus frenos– y cuando estuvieron listos los soltó para que iniciaran una frenética carrera cerro abajo.
Sin darse cuenta que eran seguidos por el resto de los niños (que gritaban para apoyar a su favorito) llegaron casi empatados a la plaza y despertaron al anciano que descansaba sentado en una de las bancas. ‘Se van a matar, niños tontos,’ gritó el viejo, pero pronto fue acallado por el grupo de niños que bajaba corriendo.
Una cuadra después de la plaza era la niña quien llevaba la ventaja, aunque no por mucho. A apenas dos cuadras de la meta el se apresuró y pasó a rozar la rueda trasera de la bicicleta de su competidora haciéndola perder el control. Por suerte la niña fue a aterrizar sobre un montón de arena que había sobre la vereda –seguramente la estaban usando en la construcción del edificio de la esquina de Matta y Montt– y sólo se raspó brazos y piernas.
Seguro ya de su victoria, el niño se despreocupó del camino al tiempo que dos jóvenes cruzaban la calle luego de salir de la botillería. En cuanto los vio, apretó fuertemente los frenos pero su bicicleta terminó arrastrándose por el suelo con él aún encima, deteniéndose a los pies de uno de los jóvenes que simplemente miró hacia abajo y dijo ‘Pendejo.’
Los otros niños ya habían desaparecido cuando los corredores se levantaron y comenzaron a recoger sus bicicletas y los pedazos de éstas que quedaron en el suelo. Sucios, adoloridos, avergonzados y con las rodillas sangrando volvieron a su casa rengueando, sin siquiera mirarse a los ojos. Moraleja: ni hombres ni mujeres son superiores que el otro, sólo diferentes. Competir sólo los lleva a perder.
La respuesta estaba apenas a unas cuadras de distancia. Niños y niñas se habían reunido a ambos lados de la calle Matta, poco transitada aquel domingo, mientras que en medio de ésta aguardaban los que parecían mayores de ambos grupos. Los dos niños estaban montados en bicicletas, mirándose con rabia y con sus cuerpos enfrentando la ruta que llevaba cerro abajo.
‘El que llegue primero a Placeres gana,’ dijo el niño con voz altanera.
‘Lo que tú digas,’ repuso ella. ‘Te voy a demostrar que nosotras somos mejores.’
Tras esto los pequeños concentraron sus miradas en el camino, siendo alentados por los vítores de sus amigos. Una de las niñas se paró entre ambos sujetando sus bicicletas, esperó que ambos se prepararan –ella se amarró el pelo y se ajustó el casco, él revisó sus frenos– y cuando estuvieron listos los soltó para que iniciaran una frenética carrera cerro abajo.
Sin darse cuenta que eran seguidos por el resto de los niños (que gritaban para apoyar a su favorito) llegaron casi empatados a la plaza y despertaron al anciano que descansaba sentado en una de las bancas. ‘Se van a matar, niños tontos,’ gritó el viejo, pero pronto fue acallado por el grupo de niños que bajaba corriendo.
Una cuadra después de la plaza era la niña quien llevaba la ventaja, aunque no por mucho. A apenas dos cuadras de la meta el se apresuró y pasó a rozar la rueda trasera de la bicicleta de su competidora haciéndola perder el control. Por suerte la niña fue a aterrizar sobre un montón de arena que había sobre la vereda –seguramente la estaban usando en la construcción del edificio de la esquina de Matta y Montt– y sólo se raspó brazos y piernas.
Seguro ya de su victoria, el niño se despreocupó del camino al tiempo que dos jóvenes cruzaban la calle luego de salir de la botillería. En cuanto los vio, apretó fuertemente los frenos pero su bicicleta terminó arrastrándose por el suelo con él aún encima, deteniéndose a los pies de uno de los jóvenes que simplemente miró hacia abajo y dijo ‘Pendejo.’
Los otros niños ya habían desaparecido cuando los corredores se levantaron y comenzaron a recoger sus bicicletas y los pedazos de éstas que quedaron en el suelo. Sucios, adoloridos, avergonzados y con las rodillas sangrando volvieron a su casa rengueando, sin siquiera mirarse a los ojos. Moraleja: ni hombres ni mujeres son superiores que el otro, sólo diferentes. Competir sólo los lleva a perder.
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