'No, aún no.'
Claudio sabía que su amiga hablaba del instante en que debían bajar del microbús, pero había algo en los pequeños ojos azules de Catalina, en la forma en que peinaba una y otra vez sus rizos castaños, en las razones últimas que los llevaron a terminar ese viaje tomados de las manos, sus bocas a escasos centímetros una de la otra, doblegando los límites de su amistad. Aquella tarde fue la primera vez que se vieron tal y como eran, hombre y mujer, dejando atrás el velo de los sentimientos truncados.
Cuando llegó el momento, él ofreció a Catalina su mano para ayudarla a descender del armatoste blanco y verde, sin pensar en soltarla al comenzar a caminar, si bien tampoco hubo de parte de ella algún ademán por querer dejar de sentir la calidez de la piel de su amigo. Sólo se quedó mirándolo, atrapada en sus ojos pardos y su piel pálida, que parecía inmutable ante el contacto con la luz solar. Una ráfaga de viento desordeno el cabello de ambos, pero esta vez ella no se apresuró a peinarlo, embelesada ante el acogedor rostro de Claudio.
La noche los sorprendió frente a la casa de Catalina. Aún tomados de las manos se miraron a los ojos, cautivados por el sentimiento que experimentaban. Ambos sentían la necesidad de dejarse llevar, de entregarse a la pasión que comenzaba a hervir bajo su piel; sin embargo, estaban paralizados. Ni siquiera eran capaces de pronunciar palabra alguna, invadidos por el temor de estar equivocados y arriesgándose a perder años de amistad por un instante de desenfrenada concupiscencia.
El sonido de una sirena lejana los sacó de su atribulado letargo. Asustados por la situación se soltaron las manos, nerviosos y cohibidos al verse tan cercanos a cambiar su relación para siempre. En la premura de su despedida, Claudio y Catalina se entregaron al acostumbrado ritual del abrazo y el beso, pero este último los llevó a rozar las comisuras de sus labios, avergonzándolos aún más. Cuando Catalina entró a la casa, su amigo no pudo dejar de pensar en lo ocurrido para finalmente retirarse susurrando algo casi imperceptible.
'No, aún no.'
Claudio sabía que su amiga hablaba del instante en que debían bajar del microbús, pero había algo en los pequeños ojos azules de Catalina, en la forma en que peinaba una y otra vez sus rizos castaños, en las razones últimas que los llevaron a terminar ese viaje tomados de las manos, sus bocas a escasos centímetros una de la otra, doblegando los límites de su amistad. Aquella tarde fue la primera vez que se vieron tal y como eran, hombre y mujer, dejando atrás el velo de los sentimientos truncados.
Cuando llegó el momento, él ofreció a Catalina su mano para ayudarla a descender del armatoste blanco y verde, sin pensar en soltarla al comenzar a caminar, si bien tampoco hubo de parte de ella algún ademán por querer dejar de sentir la calidez de la piel de su amigo. Sólo se quedó mirándolo, atrapada en sus ojos pardos y su piel pálida, que parecía inmutable ante el contacto con la luz solar. Una ráfaga de viento desordeno el cabello de ambos, pero esta vez ella no se apresuró a peinarlo, embelesada ante el acogedor rostro de Claudio.
La noche los sorprendió frente a la casa de Catalina. Aún tomados de las manos se miraron a los ojos, cautivados por el sentimiento que experimentaban. Ambos sentían la necesidad de dejarse llevar, de entregarse a la pasión que comenzaba a hervir bajo su piel; sin embargo, estaban paralizados. Ni siquiera eran capaces de pronunciar palabra alguna, invadidos por el temor de estar equivocados y arriesgándose a perder años de amistad por un instante de desenfrenada concupiscencia.
El sonido de una sirena lejana los sacó de su atribulado letargo. Asustados por la situación se soltaron las manos, nerviosos y cohibidos al verse tan cercanos a cambiar su relación para siempre. En la premura de su despedida, Claudio y Catalina se entregaron al acostumbrado ritual del abrazo y el beso, pero este último los llevó a rozar las comisuras de sus labios, avergonzándolos aún más. Cuando Catalina entró a la casa, su amigo no pudo dejar de pensar en lo ocurrido para finalmente retirarse susurrando algo casi imperceptible.
'No, aún no.'
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