martes, marzo 6

Ni Montescos ni Capuletos

'Maida... ¿me puedes decir por qué hacemos esto?'

No era la primera vez que Alejandro se hacía esa pregunta, pero sí la primera en que se atrevía a sacar la voz. Magdalena lo miró sorprendida por un instante, pero hizo caso omiso a los cuestionamientos que le presentaba el joven frente a ella. Sin pensarlo dos veces volvió a buscar la calidez de los labios de Alejandro.



Con su mente repleta de dudas ante lo espontáneo del encuentro, Alejandro salió de su casa apresurado. Ya en la micro se dio tiempo para arreglarse, pero con el sol aún iluminando la ciudad le resultaba difícil encontrar su reflejo en la ventana del vehículo. Casi una hora después encendía un cigarrillo mientras aguardaba a Magdalena.

La noche ya había extendido su manto, por lo que fue la luz artificial la que iluminó la llegada de la chica. Alejandro podía reconocer sin posibilidad de errar el cuerpo generoso, el andar coqueto y el largo cabello rizado de la joven. No hubo mayores demostraciones de afecto al momento de saludarse, lo que alivió a ambos de los incómodos recuerdos de anteriores encuentros.

'¿Vamos a tomar algo?' propuso Magdalena sonriendo. 'Conozco un lugar a algunas cuadras.'

'Sí, claro... vamos.'

Preocupado por pequeños detalles que bien podrían estar ausentes en este encuentro, Alejandro ni siquiera se había dado tiempo para pensar en lo que harían, por lo que agradeció que Magdalena hubiese planeado algo. Mientras caminaban vio el reflejo de ambos en una vitrina, notando que proyectaban un aura extraña; sin embargo, olvidó todo al dar unos pasos más.

En cuanto llegaron al bar ordenaron sus bebidas acostumbradas -margarita para ella, mojito para él-, embarcándose luego en una colorida charla sobre el grupo que había comenzado a tocar. Con esto dejaron atrás los restantes temores que les quedaban, la incomodidad y la incertidumbre abandonaron la mesa dando paso a una relajada noche.

Después de consumir una tabla, acompañada de una segunda ronda de bebidas, Alejandro y Maida pagaron la cuenta a medias, salieron del local y caminaron por una concurrida avenida. Su conversación se centraba ahora en la proximidad del otoño, en el tono azabache del cielo, en la cantidad de vehículos que circulaba a esa hora, en todo menos la extraña sensación que moraba en ellos.

Al llegar a un paradero, Alejandro se apoyó en éste -agobiado por lo efectos de una difícil semana- y Magdalena buscó refugio en su amigo ante la helada brisa que comenzaba a soplar. El rostro de la joven llamó la atención de Alejandro, y es que fuera de sentir su suavidad al acariciarlo había algo más en éste, en toda la piel de Maida que ejercía sobre él una poderosa atracción.

De un momento a otro comenzaron a besarse. Los cuestionamientos surgieron en cuanto los labios de ambos se rozaron, desatando toda su adrenalina, ya que el sentir que hacían algo prohibido los excitaba aún más. Sólo la pregunta de Alejandro logro interrumpirlos.



'Estoy hablando en serio, Maida,' dijo el joven alejándose. 'Siempre ocurre lo mismo.'

'¿Por qué no puedes disfrutar de esto mientras pasa, Ale?'

'Porque me hace sentir mal que luego lo andes negando, Magdalena.'

El rostro de Alejandro tomó una seriedad demasiado lejana del momento que estaban compartiendo. Magdalena fue incapaz de reaccionar ante la actitud del joven, por lo que simplemente dio la vuelta y comenzó a caminar, dejando atrás a Alejandro, sus besos, su cariño, sus preguntas.

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