lunes, octubre 30

Circunloquio (la tarea)

Perífrasis: rodeo de palabras para expresar algo
que hubiera podido explicarse más brevemente.
Nunca me había detenido por mucho tiempo a cuestionarme por las temáticas o la forma en que se presentan mis cuentos, al menos no hasta hace un par de semanas cuando le pedí a Josefina Herborn que revisara algunos de mis cuentos.
Fuera del comentario obvio que haría por escribir en primera persona singular -también es obvio porqué lo hago-, me golpeó lo de los lugares comunes y la crítica a mi cursilería. Este segundo elemento carecía de la necesidad de una explicación profunda, ya que ella misma la dio.
'Por un momento pensé "¿hablará él así?" y me respondí yo sola que sí,' me dijo riendo.
Sí, la verdad es que escribo así incluso antes de la influencia de los guionistas de "Dawson's Creek", con palabras que intentan evitar las redundancias en los escritos y a la vez invitan a revisar el diccionario en busca de la riqueza de nuestro lenguaje, tan olvidada por estos días con esto del chat. Además, los cuentos que escribo poseen esa carga de adjetivos (perífrasis o circunloquio) que considero necesaria para describir los mundos y emociones que se crean alrededor de mis personajes que -después de todo- son parte de mí.
Bueno, tal como la "cursilería" es parte de mi forma de escribir (y supongo que de mi forma de vivir), también lo son los llamados "lugares comunes", las tramas que se repiten de un escritor a otro. No sé si realmente mis historias son lugares comunes, lo cierto es que cada una de ellas son comunes para mí, son cosas que me han pasado, he sentido, he soñado y me llevan a una imperiosa necesidad de expresarlas a través de la palabra escrita. Quizás a todas las personas que escriben le pasan las mismas cosas o sienten lo mismo, no lo sé.
Todo esto no ha sido más que un prólogo para lo realmente difícil. Josefina Herborn no sólo hizo sus críticas a mis escritos, también me ha enviado una tarea que se verá expresada en los próximos cuatro cuentos, así que espero que quienes me han leído previamente y gustan de mi estilo no se sientan desilusionados al ver temáticas ajenas a lo acostumbrado y un estilo diferente. Además, volveré pronto a abordar aquello que me lleva a escribir porque no han sido pocas las ideas que han dado vueltas por mi cabeza.
Connor Riley

sábado, octubre 21

Confesión

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(susurro en tu oído)
Cuando te vistes así, ¿cómo quieres que no piense que eres adorable?
(beso tu cuello)
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Secretos (la noche)

Invisibles a los ojos de todos se retiran en silencio, separados por unos instantes para no levantar sospechas, el cansancio como perfecta excusa para dirigirse en lasciva complicidad hacia una de las habitaciones de la casa. Tras ellos la fiesta continúa, pero para ambos ya ha sido bastante de alcohol y jarana, de miradas ansiosas en presencia de los distraídos comensales, de sensuales roces en los oscuros rincones de la casa.
Con absoluto disimulo -en caso de haber sido seguidos por algún curioso- se disponen a asumir el exagerado rol de amigos que sólo buscan un lugar donde dormir. Han participado de este juego por el tiempo suficiente como para dejar detalles al azar, en especial en una ocasión como aquella en la que una docena de personas repletan el lugar.
Como ya era costumbre, ella es la primera en desvestirse y buscar abrigo entre las sábanas (desconocidas y aún frías) mientras él mantiene los ojos fijos en la puerta para no observala. Con tono despreocupado la joven le hace saber a su acompañante -compañero, amante- que es su turno de comenzar el parsimonioso ritual de desnudarse, cerrar bien la puerta de la habitación y apagar las luces para finalmente tomar su lugar en un costado de la cama.
Ambos tiemblan al sentir el contacto involuntario de sus cuerpos desnudos, pero por más que la lujuria los invada saben que aún deben esperar unos minutos hasta asegurarse que no serán sorprendidos por la entrada intempestiva de alguno de sus amigos. Cuando consideran que nada pasará voltean para encontrar sus miradas llenas de deseo, fundiéndose luego en un beso sutil, casi inocente, acompañado de suaves caricias trazadas en sus cuellos y sus espaldas.
Pasos en la escalera, risas en el pasillo, la puerta se abre. Los cuerpos bajo las sábanas se dan la espalda, ambos ocupantes parecen dormir profundamente, pero sólo esperan que quienes están en la puerta se retiren. No necesitan abrir los ojos para reconocerlos, sus voces pronto irrumpen en la silenciosa habitación.
'Está ocupada,' dice Antonia con picardía. 'Vamos a la pieza grande.'
'Estos pasteles están durmiendo, ¿cómo tan fomes?' repone Bastián.
La puerta se cierra, las risas se alejan hasta convertirse nuevamente en silencio, una silueta se desliza por la habitación. Al abrir los ojos él descubre la desnudez de la figura concupiscente, generosa, exuberante de su compañera aproximándose sensualmente. Con la luna como único testigo se entregan a su secreta pasión, a la lasciva necesidad de recorrer sus cuerpos como si no los conociesen, como si fuese la primera vez que se entregan al juego de sus instintos. Aquél parecía ser el misterioso ingrediente que prolongaba su "relación".
La mañana los sorprende abrazados. Se apresuran para no ser atrapados en su desnudez por el sol y bajan la escalera en busca de quien les abra la puerta, cosa de retirarse evitando cualquier tipo de cuestionamientos sobre lo ocurrido durante su desaparición. Antonia y Bastián coquetean en la cocina mientras preparaan el desayuno, riendo con los ronquidos provenientes del comedor. La chica tarda unos minutos en despegarse de Bastián, tras lo que se dirige a la puerta de calle y despide a sus amigos.
'Gracias por todo, Antonia.'
'Cuídate... y despídenos de los dormilones.'
'Chao, niños,' responde Antonia.
Caminan en silencio, suben al microbus en silencio, durante el viaje mantienen su silencio. Sólo cuando él se apresta a bajar es que vuelven a mirarse, deseándose buena suerte en la dura semana que se aproxima. Por un instante toman sus manos, se miran fijamente a los ojos y sus rostros se acercan en busca de un beso; sin embargo, no tardan en volver a la realidad y descubrir que no es la luna que los ilumina, que no están solos, que no corren el riesgo de ser sorprendidos y cuestionados.
'Nos vemos, Muñoz,' dice ella.
'Que llegues bien, Bravo,' responde él sonriendo.
Él baja del microbus, ella continúa su viaje.
'Hasta la próxima vez,' susurraron ambos. 'Adiós, amor.'

El llanto de la bestia

Inquieto, Pablo se detuvo a contemplar su "obra". Bajo su pie mantenía aprisionado el frágil cuello de Andrés, cosa de mantenerse erguido cuan alto era para disfrutar aún más del rostro humillado del joven que yacía en el suelo, su sonrisa alguna vez altiva desplazada por indescifrables gemidos de súplica. Mientras el juicio volvía a la cabeza de Pablo pudo ver el desordenado cabello rubio de Daniela moviéndose entre la anónima multitud, como si esperase para juzgar sus actos.

No fueron pocas las ocasiones en que el joven de rostro pálido y largo cabello negro se dejó invadir por la ira ante los actos de Andrés. Sin embargo, la voz de Daniela siempre se hacía presente para recordarle que aquello no valía la pena, que por más golpes que lanzara no encontraría alivio para su alma agraviada.
La ternura del rostro infantil de la muchacha entregaba a Pablo el consuelo necesario para soportar las constantes humillaciones provenientes de la lengua maliciosa de Andrés -la misma que no hacía más que enredarse en su boca ahora que estaba tan cerca del suelo-. El ver a Daniela consumida por la tristeza a causa de las acciones de aquel hombre que él tanto despreciaba obligó a Pablo a cuestionarse todo lo que la joven le había enseñado, dejándolo sin fuerzas para sobrellevar su rabia. Se sentía engañado al ver que las lágrimas de la chica cobraban de pronto el valor que no tenían sus violentos deseos.
Mientras Daniela se deshacía por la irrefrenable tristeza, Pablo dejó que el odio lo llevara hasta la sonrisa maldita de Andrés. Esta vez nada detendría su anhelo de terminar con las burlas de quien se había convertido en su némesis, ya que la única voz capaz de controlar su ira era silenciada por el llanto. Bastó apenas un empujón para que Andrés de desmoronara, cayendo de bruces sobre las baldosas negras del lugar entre las risas de unos y los gemidos reprobatorios de otros. Varias manos se aprestaron a contener al agresor; sin embargo, Pablo se mantuvo impertérrito en espera de la respuesta de quien comenzaba a levantarse del suelo, en espera de otra razón para atacarlo.
La desmañada burla que escapó de los labios de Andrés pudo ser igualada en su inconsistencia sólo por el débil golpe que lanzó a Pablo, incapaz siquiera de moverlo. Mientras un nuevo golpe se acercaba a Pablo -que había comenzado a reír-, Daniela se deslizó a sus espaldas demandando que lo soltaran y luego alzó la mirada hacia el joven. Los ojos esmeralda de la muchacha habían perdido su acostumbrada ternura, siendo invadidos por una cautivante mezcla de rabia y venganza.
Un nuevo golpe azotó el pecho de Pablo, distrayendo su mirada y desatando su ira. Segundos después Andrés caía nuevamente al suelo, esta vez con el rostro ensangrentado y gimoteando de dolor, lo que pareció no satisfacer a Pablo que no tuvo consideración en patearlo mientras se mantenía inerte en el suelo. Ante los mudos testigos que les rodeaban Pablo puso su bota sobre el cuello de Andrés, riendo descontroladamente al tiempo que encedia un cigarrillo.

Daniela abrazó suavemente a Pablo, deslizando sus pequeñas manos por los tensos brazos del joven. El tono apesadumbrado había abandonado su voz cuando le susurró a Pablo 'Ya podemos irnos' y tomó su brazo para caminar luego hacia la escalera que conducía a la salida.
No habían dado más que unos pasos cuando a sus espaldas resonó la voz de Andrés, carente de la seguridad habitual. 'Qué pareja más irrisoria. Realmente son el uno para el otro,' dijo poniéndose de pie con dificultad mientras limpiaba las lágrimas y parte de la sangre que colmaban su rostro. Las risas invadieron el lugar cuando Andrés se desplomó por tercera vez, y es que en esta ocasión el golpe provino de las delicadas manos de Daniela.
Mientras se alejaban con las manos entrelazadas la rubia cabeza de Daniela se acercó a Pablo para descansar sobre su hombro. No sólo un demonio había caído derrotado, ya que la bestia que volvía a llorar y sangrar en el suelo fue acompañada por el colérico monstruo que por tanto tiempo habitó en el alma de Pablo.
Para Daniela y Pablo ya no habrían más humillaciones ni odios. Al fin ellos podían amarse.

martes, octubre 10

Amanecer

El frío se había apoderado de cada fibra de mi cuerpo y aún así no me era posible pensar en otro lugar hacia donde dirigirme en ese momento. Me deslicé por la hierba mojada mientras me alejaba de quienes dormían aguardando el comienzo de un nuevo día -'qué afortunados' pensé por un instante- y ocultaba mis manos dentro de los bolsillos del polerón en un vano intento por protegerlas de la fresca brisa que ascendía desde la orilla de la laguna, colándose entre los sauces.
Mi paso por el muelle fue fugaz, ligero, silencioso, tanto como la luz que se proyectaba sobre las montañas y con que el sol anunciaba su llegada. Al arribar al final del malecón me senté y cerré los ojos para adivinar el movimiento del agua y de los peces reaccionando ante el calor de una nueva mañana. A mi alrededor se respiraba tranquilidad y ni siquiera el sol -que ya veía reflejada su luz sobre la laguna- parecía capaz de (co)romper ese estado.
Fue en ese instante que la verdad me golpeó tan duro que me llevó hasta las lágrimas. Mientras pensaba en la noche anterior, en la jarana y en el camino que me había llevado a sentarme junto al agua me di cuenta de lo solo que estaba. No era tranquilidad lo que respiraba, sino soledad y lágrimas.
Estaba pensando nuevamente en ella...
...y nuevamente ella no estaba ahí.